La Naturaleza es sabia, ordenada y
constante, pero a veces el destino se cansa de la rutina y le gusta hacer de
diablillo juguetón unas veces son travesuras, otras verdaderas barrabasadas y
en ocasiones le gusta solazarse con pequeñas maravillas para variar.
Uno de estos caprichos empezó hace
más de medio siglo y culminó hace seis años aunque sus efectos aun perduran y
si Dios lo permite espero que siga muchos años más para que la historia de
tapadillo entre tantas desgracias guarde un precioso recuerdo en sus anales.
En una ocasión mi padre, que solía
filosofar de vez en cuando, me dijo:
“Si te apetece ver el verdadero brillo de la luz obsérvala cuando a su
alrededor reine la más completa obscuridad”
En aquel momento aquello solo resultó
ser una frase hecha, pero hoy cobra todo el gran significado de lo que quiso
decirme con ella.
Y es que esta historia no tendría
ningún valor si fuese un hecho más en una cadena de celebraciones rutinarias.
Pero por raro que parezca no es así
porque por si sola tiene toda la belleza de la roja amapola aislada entre un
dorado mar de trigales.
Bueno dejémonos de cursiladas porque
me estoy poniendo romántico y eso es algo que hoy ya no se lleva, empecemos con
el relato.
Hace más de medio siglo cuando el
mundo era más humano y la tecnología aún no había anulado una parte del “yo personal” del hombre como ser
individual dueño de su propio destino este reunió a un puñado de muchachos en
las aulas del Colegio de Hermanos Maristas de Málaga.
Y digo el destino porque yo no creo
la casualidad, en todas las facetas de mi vida he cambiado la letra u de lugar haciéndole dar un salto
hacia atrás, porque en la rebeldía de mi carácter todo tiene una razón de ser,
una causa y es inverosímil otorgar al azar la paternidad de reunir en un solo
grupo tanta cantidad de generosa naturaleza humana.
Porque esa y no otra es la base de
que esa muchachada formase esa piña de hermandad contra todo pronóstico.
Había unos con más o menos aptitud
para los estudios que otros, lo mismo que con las condiciones personales o
deportivas pero todos a una compartían el éxito de los demás.
No había envidia ni rivalidad
malsana, no competíamos contra los rivales sino contra nosotros mismos tratando
de superarnos, recuerdo personalmente las competiciones de émulos que nos
emparejaba de dos en dos.
Nadie pensaba en derrotar a su rival,
por supuesto que todos aspiraban la recompensa del día de excursión como
premio, pero para ello no pensaban en la derrota de su oponente sino en ser el mejor.
El compañerismo no terminaba al salir
de clase sino que forma parte de nuestra vida cotidiana a todos los niveles,
realmente fueron unos maravillosos años de los que no sentimos añoranza sino el
orgullo de haberlos compartido.
Pero la corriente del río nunca se
detiene y en 1.957 el grupo se disgrega físicamente porque pienso que
espiritualmente siempre hubo un pequeño rincón en cada uno de nuestros
corazones que sirvió de relicario para conservar ese preciado tesoro de la
verdadera amistad.
Algunos por razón de convergencia de
estudios permanecieron juntos unos años más, otros prolongaron su conexión por
razones de vecindad, pero la mayoría se perdieron en el recuerdo intemporal de
la distancia.
Las relaciones profesionales
propiciaron esporádicos encuentros plagados de emocionantes recuerdos pero para
otros el dios cronos pasaba inexorablemente sin otro recuerdo que alguna
incursión en el álbum de fotos de aquellos felices años.
Y así 50 años después alguien pensó
que aquellos eslabones que formaban la cadena
de oro de aquella gloriosa promoción no debían dejarse morir en el fondo
del baúl de los recuerdos, pero faltaba el remate, el medallón que colgase del
centro de la misma formando la más preciada joya de la amistad.
La tarea era muy difícil, el baúl era muy grande y estaba bastante repleto, mucho material sobre nuestra historia que había que revolver si se quería desempolvar de nuevo, pero tiempo y tesón era lo que sobraba y por fin se llegó hasta el fondo.
Y en marzo de 2.007 la explanada de
la Iglesia de Santa María de la Victoria fue el testigo de que más de medio
centenar de aquella promoción se reuníeran para un histórico acontecimiento que
brillaría con tal luz que no hizo falta ninguna obscuridad a su alrededor para
deleitarse con su resplandor.
Ni más ni menos que las bodas de oro
de una promoción estudiantil cuyos componentes pasaron por la vida colaborando
de una u otra forma para que el mundo a su alrededor fuese más feliz.
¡Y vaya si lo consiguieron!
Es posible que algunos no comprendan
donde esta lo maravillosos del evento…
Es muy simple, hubo promociones
anteriores y posteriores que mereciendo todos mis respetos no reunieron las
condiciones de unión y camaradería de la nuestra, más de 3.500 años sobre las
espaldas de unos hombres en el crepúsculo de su existencia rindiendo culto a la
amistad.
Creo que para un espectador ajeno al
evento aquello debió ser algo inusual, ver a un grupo de hombres maduros
fundiéndose en aquellos sinceros abrazos que a muchos de ellos provocaron nudos
en la garganta y furtivas lágrimas.
Seguro que no entendían lo que estaba
pasando pero de una cosa estarían seguros y era de que debía tratarse de:
“ALGUN MARAVILLOSO RECUERDO”
GINES RAMIS